Dejo aquí la perspectiva de André Reitai Lemort. Maestro Zen. Ya he expresado con anterioridad mi interés por dicha perspectiva. Lo dejo en spoiler. Es largo, aviso. Se trata de la introducción de un libro suyo llamado La doble equivocación. En dicha introducción habla del Yo.
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El Homo sapiens va mal. El ser humano, usted, sin cesar está buscando provecho en todas sus acciones. Si esta afirmación le choca, le pido que la sopese antes de rechazarla. Al abrir este libro, por ejemplo, usted espera algún tipo de provecho; de lo contrario no lo habría abierto. Incluso el altruismo tiene como meta producir, entre otras cosas, una satisfacción interior. Dado que todo lo que podemos obtener es siempre efímero y está amenazado, esta disposición es como una «segunda naturaleza» en nosotros y nunca podemos obtener una satisfacción definitiva y descansar. Interiormente siempre nos falta alguna cosa. Aunque usted piense que es natural buscar por lo menos estar bien, debe admitir que esta inclinación no puede llevar a estar bien de manera definitiva, puesto que está perpetuamente insatisfecha. Entonces, aunque la búsqueda de provecho puede parecer la respuesta adecuada a las circunstancias exteriores, no permite resolver las dificultades inherentes a la vida humana. Las sociedades humanas van mal. La historia humana muestra que, sin importar cuál sea el orden establecido, este tiende hacia su destrucción por el surgimiento de un desequilibrio cada vez mayor entre los ricos y poderosos que, sin límite, acaparan los bienes, y los despojados cada vez más numerosos y sin esperanza1. Cuando el costo de mantenimiento del orden establecido requiere una porción que supera el provecho que se obtiene por la concentración de las riquezas, el orden se desmorona2. Lo que históricamente se producía en grupos humanos limitados, ahora se produce a escala planetaria.La búsqueda de provecho personal es el mal fundamental que destruye los órdenes humanos, incluso los que en un principio son los más generosos; y parece conducirnos de manera global a una catástrofe. Los organismos internacionales se interesan por el individuo y no por la especie humana, aun cuando es evidente que una catástrofe para la especie también lo será para el individuo. Sería oportuno tener esto en cuenta en la medida en que, en razón del número de seres humanos, el provecho individual va ahora en contra del interés de la especie. Estos dos aspectos, el individual y el colectivo, habitualmente se disocian y se consideran por separado. Yo los veo como resultados de una misma causa enraizada en nuestro estado de Homo sapiens. Los remedios propuestos no funcionan y no funcionarán, o no por mucho tiempo, si no tratan la raíz.Así, vale doblemente la pena, en la escala individual y en la escala de la especie, examinar esa tendencia natural de búsqueda de provecho para estar «bien» y cuestionarla, puesto que parece que ahora no permite ninguna salida.¿De dónde viene esta necesidad de siempre buscar elegir lo que nos proporciona una ventaja? ¿De dónde viene nuestra imposibilidad para abandonar el provecho? Nosotros, los seres humanos actuales, pertenecemos al linaje del Homo sapiens. En el curso de su prehistoria y de su historia, este ha buscado, primero que todo, sobrevivir en un ambiente amenazante, y lo ha conseguido; a continuación, ha dominado completamente a las otras especies y se ha multiplicado. Sin duda, su concepción de sí mismo y de lo que lo rodea ha cambiado enormemente con el correr del tiempo. No obstante, parece que el éxito de su desarrollo se debe a una constante: la elección de la acción que proporciona la mayor ventaja al yo, gracias a la capacidad de predicción de su cerebro, que se basa en su memoria. Con el término «yo» me refiero a cierta certeza que tiene cada uno de ser alguien, alguna persona, una entidad particular en este universo que percibimos; de manera que cada uno se identifica con su cuerpo y su mente. Más adelante veremos que la búsqueda de provecho es la razón de ser del yo; que son inseparables.Parece probable que esta característica básica del Homo sapiens no haya casi evolucionado en algunas decenas de millones de años, período que evidentemente es muy corto desde el punto de vista de la evolución de las especies. Es fácil comprender que ese sistema haya podido funcionar a la perfección en la época de las cavernas en la que, para sobrevivir, el hombre debía estar permanentemente en disposición para responder a una amenaza y, sobre todo, para preverla. Es posible que esta disposición genética que todos tenemos a producir el yo durante el curso de nuestro desarrollo sea una herencia de numerosas generaciones que han logrado sobrevivir gracias a este modelo. Lo cierto es que seguimos viviendo de esta manera. Pero, si fundamentalmente seguimos siendo los mismos, las circunstancias de nuestra vida han cambiado por completo. Lo que ahora puede amenazarnos no proviene más que de la búsqueda de provecho de otros «yos».Además de las amenazas en contra de nuestras propiedades materiales, nos sentimos amenazados por las ideas de otros si no coinciden con las nuestras, puesto que nos identificamos con estas. Lo mismo sucede con respecto a nuestras creencias, particularmente las religiosas –es muy evidente que nosotros estamos en posesión de la verdad–, así como con respecto a todas las características que nos diferencian de los otros. Ante estas amenazas nuestra reacción interior siempre es la de la agresión o la huida, aun cuando sus formas varíen en función del condicionamiento social que hayamos recibido.En resumen, seguimos comportándonos como probablemente lo hacían los hombres de las cavernas, aunque nuestro ambiente se haya vuelto completamente diferente. Si tomamos en consideración los diversos intentos por mejorar la situación del ser humano sin poner en cuestión su identificación con un yo, debemos constatar que, francamente, su éxito no es evidente. En las librerías siguen abundando propuestas que logran una cierta aceptación, lo que, finalmente, no es más que la consecuencia de su fracaso. Tranquilícese, este libro no le va a presentar otra propuesta más.Entonces, si somos lógicos y no nos dejamos detener por el prejuicio de que el yo es una realidad que es innegable por ser evidente, tendremos que examinar si es posible vivir sin esta identificación. En ese caso la búsqueda de provecho individual ya no sería la base del comportamiento, lo que podría conducir a un modo de vida diferente y quizás nos sacase del atolladero. Si esta idea le parece estúpida puesto que contraría la evidencia, le recuerdo que hasta una fecha reciente los seres humanos creían que, de acuerdo con todas las evidencias, el Sol giraba en torno a la Tierra. Iniciemos con una consideración científica.La neurofisiología actual nos lleva a considerar que el yo no tiene realidad por él mismo, que solo es un estado mental particular, una abstracción generada por el sistema nervioso central3, «el telar en el que se teje la relación entre el organismo y la representación interna del mundo externo».4Así que el yo, y por lo tanto la persona que creemos ser, no tendría realidad absoluta y no sería más que un fenómeno mental que el sistema nervioso central podría, a priori, producir o no.Esto consolida las afirmaciones de los sabios y místicos de las diferentes tradiciones. Según ellos, el ser humano común y corriente vive una ilusión al creerse un yo, ente absoluto e independiente. Es inquietante constatar que en tradiciones muy diferentes culturalmente, sin contacto entre ellas y en épocas distintas, se afirme que el hombre puede y debe librarse de este condicionamiento genético del yo que le oculta la realidad. Yo no sé si usted tiene la impresión de no vivir la realidad, pero en lo que a mí concierne, estas afirmaciones y consideraciones por sí solas no lograron hacerme ver las cosas de otra manera. Hizo falta otra cosa para convencerme y efectuar un cambio. Sin sentir inicialmente ninguna atracción particular hacia las vías místicas o espirituales, tuve la suerte de encontrar una propuesta que se ancla en la materialidad del cuerpo. Es de este modo que he podido evitar perderme en las múltiples trampas que tiende la conciencia del yo.En caso de que sea útil, hago la precisión de que si bien me sitúo en la tradición del Zen debido al «amigo de bien»5 que me dio a conocer esta práctica, me gustaría que usted olvidase esta referencia, como he leído que también lo quería el maestro Dogen6. Yo no soy budista. Digamos que lo que me interesa es, en la medida en que me sea posible, vivir la realidad y no una ilusión. Por favor, olvidemos toda referencia y todo prejuicio. Lo que voy a presentar en ningún sentido se refiere a una cultura o una creencia particular. Continuemos con las afirmaciones de los sabios.Así, dicen que el ser humano común y corriente debe descubrir la realidad. Expresan algunos aspectos de lo que han vivido de esta realidad pero afirman que es incognoscible y que, además, no hay camino para acceder a ella. Parece que a algunos raros individuos, con frecuencia condicionados de manera favorable hacia la religión durante su juventud, eso les «cayó encima». Para la gran mayoría de nosotros, «pobres humanos», no es así. He visto y suelo ver a muchos que, ávidos de la revelación que les va a abrir la puerta, leen y escuchan durante años las enseñanzas de la verdad a la que se han adherido, sin que esa condenada puerta se abra ni su vida se transforme. Evidentemente no hablo de aquellos que se encierran en una verdad que se limita únicamente al aspecto de un «buen» comportamiento a lo largo de su vida terrestre.En resumen, muchos esperan el milagro por siempre y hasta el final, sin comprender en qué han fallado.He constatado que muy a menudo las enseñanzas se reducen a consejos para ver las cosas de otra manera, para pensar de otra manera, para tomar la vida de otra manera. Así, por ejemplo, con frecuencia se transforma al Zen en recetas psicológicas que supuestamente proporcionan una pseudoserenidad que no resistiría circunstancias un tanto desfavorables. No hay en todo eso nada de la trascendencia7 que se evoca en las tradiciones, y con seguridad no hay un verdadero cuestionamiento de la realidad del yo.Pero incluso si se trata de una enseñanza seria, es muy difícil e improbable llegar a trascender el estado de producción mental del yo por un proceso exclusivamente mental. Según lo que se publica, algunos lo habrían podido hacer; pero, frente a eso, nos vemos obligados a constatar que muy pocos tienen estas mismas capacidades. En cualquier caso, yo no soy uno de estos. Se suele repetir que no hay camino para que la realidad se manifieste en la forma humana que todos somos y que para ello no hay que «hacer nada». Pero para comprender qué es este no «hacer nada» y para que luego se realice, es indispensable llegar a esa conclusión por sí mismo al término de un proceso que no puede desplegarse más que en el estado de «sueño» o de ilusión por el que todos pasamos. En efecto, todos estamos condicionados genéticamente para encerrarnos en la producción de un yo, en torno al cual se elabora una representación interna del mundo. Saber o incluso creer que no hay camino o «nada que hacer» no es suficiente. En primer lugar hace falta descubrir en sí el encerramiento en la ilusión y la total impotencia para salir. A continuación puede venir la exasperación e incluso la desesperación frente a esta impotencia, lo que lleva a la renuncia a todo «hacer» y, por lo mismo, a ser un yo, puesto que se trata de una producción mental y, por lo tanto, de un «hacer».Para llegar a esto es necesario –insisto, para la gran mayoría de nosotros– utilizar todos los apoyos posibles para descubrir cómo vivimos, pues vivimos en el desconocimiento de la mayor parte de nuestros estados mentales y corporales.Un apoyo que se propone tradicionalmente es el estudio del cuerpo. Annick de Souzenelle escribe en El simbolismo del cuerpo humano8: «El cuerpo es el más maravilloso instrumento de nuestra realización… Cada uno de nosotros es su cuerpo, al mismo tiempo que es su alma y su espíritu, y esto de manera inseparable. Y la más pequeña parte del cuerpo contiene la totalidad del Hombre, cuerpo, alma y espíritu». Ella nos invita a «aprender a leer el “libro” que constituye nuestro cuerpo». En la tradición del Zen, dicha lectura se hace a través de una postura con frecuencia llamada zazén9 en Occidente, que se practica en el silencio y en la inmovilidad. Desgraciadamente, zazén suele confundirse con el hecho de sentarse en un cojín de color oscuro con las piernas cruzadas, en una posición incómoda que se aproxima a la postura del loto. En esta confusión los practicantes, al cabo de algún tiempo, llegan a ponerse en una posición que no les produce demasiada incomodidad y se mantienen allí, sin ninguna otra exigencia de evolución, sin poner en cuestión las tensiones con las que viven y que se manifiestan por la incapacidad para poner el cuerpo en la postura completa. Si la práctica de la postura no se utiliza para penetrar de manera más profunda en la intimidad del cuerpo, entonces, ¿por qué no practicar en un sillón?, ¿por exotismo?Numerosos quinesioterapeutas critican esta postura por sus consecuencias negativas para las articulaciones de las piernas.Comparto su punto de vista en lo que concierne a la postura mal enseñada por «maestros» que son, ellos mismos, insuficientes e irresponsables. Insuficientes puesto que no han tenido la exigencia necesaria para explorar la postura y realizar los «detalles», contentándose con una vaga semejanza exterior; de manera que no aceptan realmente –si bien lo repiten con frecuencia– que el cuerpo y el espíritu son una unidad (según el maestro Dogen) y que nuestro estado interior se manifiesta con claridad en los «detalles» de la postura del cuerpo. No hay libertad del ser que no se exprese en una libertad corporal. Y también son irresponsables porque no solamente extravían a quienes los escuchan sino que además los lastiman.Sin embargo, afirmo que si la postura de zazén se enseña y practica correctamente y si la meta propuesta no es asemejarse más o menos, exteriormente, a una estatua de Buda, esta postura no tiene malas consecuencias, y que está dentro de los límites normales de uso de nuestras articulaciones. Se cumplen ahora cuarenta y cuatro años desde que empecé a practicar con un cuerpo que no tiene nada de flexible y mis rodillas se portan bien, así como las rodillas de numerosas personas que he podido aconsejar. Para esto, busqué un método para poner el cuerpo en la postura sin torcer mis articulaciones y no acepté, o poco, lastimarme para «dármelas». No obstante, he tenido la exigencia de evolucionar hacia la postura más completa posible para mí. Debemos aceptar que la postura propuesta es normal en el sentido de que corresponde a la forma y a la estructura de nuestras articulaciones. Por lo tanto, debería ser fácil para cualquiera después de, quizás, un breve período de flexibilización. Pero no lo es. De hecho, se trata de un revelador en la materialidad del cuerpo de lo que vivimos, y son nuestras tensiones –y no nuestras articulaciones– las que nos impiden tomar la postura. El cuerpo manifiesta directamente nuestro estado con independencia del «color» que le damos en la mente. Ya sea que tengamos un deseo sexual o un deseo de realización en el ámbito espiritual, en el cuerpo aparecen las mismas tensiones: las correspondientes al estado de deseo. Esto evita que nos perdamos en los prejuicios de nuestro condicionamiento acerca de lo que es bueno y lo que es malo. Tenemos necesidad de un revelador porque muchas tensiones corporales de «cerradura» son permanentes y por lo tanto no son conscientes, no las sentimos. Si admitimos que normalmente la postura propuesta es posible para nuestras articulaciones, tenemos que aceptar que las dificultades que encontramos se deben a esas tensiones. La repetición de la molestia al percibirlas puede conducirnos naturalmente hacia la liberación, hacia una aspiración a no seguir viviendo así. De esa manera, esta aspiración por la Vía10 no se limita a una forma mental, y obtiene su fuerza de una vivencia a la vez corporal y mental. Repito que, para que la práctica de esta postura realmente revele nuestra manera de vivir, no basta con tener un parecido más o menos lejano con la propuesta y satisfacerse con una postura mediocre. Voy a ilustrar este importante punto con un ejemplo que, además, me permitirá indicar la actitud interior correcta. Suele aconsejarse meter el mentón para tener una postura correcta. Para hacer esto, muchos practicantes crean tensiones en la nuca que se suman a las que ya tienen y aumentan así sus dificultades. Ocurre una cosa muy diferente si, habiéndose dado cuenta de que no pueden ubicar correctamente la nuca y la cabeza, intentan sentir los bloqueos, las tensiones, que se lo impiden. Si pueden soltarlos, una vivencia distinta podrá manifestarse en el cuerpo y, al mismo tiempo, en el espíritu y en la respiración. Por el contrario, el esfuerzo que he mencionado antes no conducirá más que a una mayor rigidez y reducirá aun más las posibilidades de evolución.Entonces, la actitud correcta no es tratar de parecerse exteriormente al modelo propuesto, sino descubrir lo que impide tomar la postura, mediante el desarrollo del conocimiento y la percepción de sí mismo. Para esto son necesarias atención y vigilancia, nada que ver con un quietismo. Además, dado que es imposible hacer una evaluación objetiva y precisa de su propia postura, es muy aconsejable recurrir a la ayuda de un «amigo de bien». Vale la pena añadir que las desviaciones con respecto a la postura propuesta no se resuelven una después de la otra, puesto que todos los elementos de la postura son interdependientes. Continuando con el ejemplo escogido, uno puede llegar a descubrir que la posición propuesta para la cabeza y la nuca está ligada al giro de los pies situados sobre los muslos cerca de la ingle, con la planta del pie completamente volteada hacia arriba y las puntas de los dedos de los pies alineadas con el borde exterior de los muslos –tal como lo describe el maestro Dogen en el Fukanzazengi–. Esta posición de los pies implica una cierta posición de la pelvis y de las caderas y, a continuación, de la totalidad de la columna vertebral y, por lo tanto, de la cabeza y el mentón. Esta realización de la postura no es un fin en sí mismo; es completamente concebible que sea posible salir de la ilusión de la realidad absoluta del yo sin que el cuerpo pueda ponerse en esta postura. Pero en ese caso esto se debe a impedimentos, no a tensiones de cerradura que correspondan a la presencia del yo. A la inversa, no por poder tomar la postura del loto con facilidad uno está «liberado». Las personas que tienen una mayor amplitud de movimiento de ciertas articulaciones pueden compensar sus cerraduras gracias a esta característica. Por supuesto que esta insistencia con respecto a la postura del cuerpo no excluye la utilización de la mente.He evocado el descubrimiento de la cerradura en la ilusión y de nuestra total impotencia para salir de ella. ¿Cómo se manifiestan corporalmente? Al desarrollar nuestra sensibilidad y la intimidad con nuestro cuerpo mediante la práctica repetida de la postura –lo que no es incompatible con la utilización de otros medios– nos deshacemos primero de tensiones superficiales ligadas a la parte exterior de nuestra vida, que para la mayoría se sitúan en la parte alta del cuerpo. Después de esto aparecen cerraduras más profundas, en particular en la pelvis y las caderas. Para responder a una objeción común, añado que esas tensiones persisten incluso cuando tenemos la impresión de que todo va bien, y que, por lo tanto, no se deben a circunstancias desfavorables. Cuando percibimos esas tensiones profundas podemos descubrir que la misma intención de soltarlas las genera. Esta es la manifestación corporal de nuestra impotencia para salir, por medio de nuestra voluntad, de nuestro encerramiento en la producción del yo. Esto corresponde al siguiente círculo vicioso mental: tener la intención de no tener más intención11. Dicho de otra manera: el yo no puede conocer lo que es en ausencia del yo, ni tampoco puede «quitarse de ahí». Aquí nos encontramos con la doble equivocación12.La primera es la equivocación de creer en la realidad absoluta del yo y en la realidad absoluta del mundo tal como lo percibimos. Distingo aquí la existencia del yo como resultado de una actividad de nuestro sistema nervioso central, de su realidad absoluta que, en consecuencia, no dependería de nada.La segunda equivocación se deriva de la primera. Una vez establecido ese prejuicio, el ser humano intenta, manteniéndose en ese marco, resolver las dificultades de su vida, lo que no logrará jamás puesto que son inherentes a ese prejuicio. En efecto, el yo es un modelo de acción que se basa en la percepción de lo que es favorable o desfavorable, de la ganancia o de la pérdida. El sufrimiento aparece cuando se percibe una pérdida o incluso una amenaza de pérdida, lo que puede presentarse bajo múltiples formas. De esta segunda equivocación –el intento de eliminar en la vida del yo el sufrimiento, que es parte integral de este– proviene el éxito de los vendedores de ilusiones en la ilusión, como la felicidad definitiva, el desarrollo integral, la unidad, la posesión de la sabiduría, de la serenidad, de la paz, del amor, etc.; y la búsqueda sin fin de la receta del despertar en lo que otros han podido expresar, lo que el maestro Kodo Sawaki13 llamaba «querer respirar por la nariz de otro».Es indispensable comprender que la búsqueda de provecho es la razón de ser de la producción del yo y que, por lo tanto, son inseparables. Esperar deshacerse del sufrimiento mientras seguimos identificados con el yo es totalmente ilusorio. Dado que la pérdida es inevitable, aunque no sea por otra cosa que a causa de la impermanencia de toda forma manifestada, el modelo de acción del yo debe generar el sufrimiento pues este modifica el comportamiento con el fin de reaccionar de manera apropiada a la pérdida. Si usted acepta que la búsqueda de provecho y el sufrimiento corresponden al funcionamiento del yo, es claro que mientras se mantenga su producción no hay salida ni en la vida individual ni, en consecuencia, en la vida del grupo humano. Toda propuesta, por generosa que sea, está condenada al fracaso a más o menos largo plazo. Trátese de pobres o de ricos, la naturaleza y la actitud son las mismas. Así, por ejemplo, los países ricos no quieren perder nada, ni siquiera para sacar a los más pobres de la miseria, y los países emergentes quieren tener acceso a la misma riqueza que los países que se dicen desarrollados, incluso con consecuencias nefastas para todos. La situación actual nos muestra con claridad que los grupos humanos prefieren preservar primero y antes que todo su interés a corto plazo, sin importar cuáles sean las consecuencias lejanas o globales. Esta actitud se deriva de la búsqueda de provecho(s) individual(es). Soy bien consciente de que este análisis de nuestra situación no resuelve nada por sí solo. Haría falta que los hombres estuvieran dispuestos a considerarlo y después a aceptarlo y a ponerlo en práctica, y estamos muy lejos de esto. Las «soluciones» que se proponen, en el mejor de los casos, apuestan a la capacidad de la inteligencia humana de manejar la búsqueda de provecho. Pero en realidad la inteligencia está sometida a esta característica profunda.Si su desarrollo no está limitado y sus características no cambian, una especie termina por destruir su nicho ecológico. Por lo tanto, es muy probable que esta ley biológica se aplique a más o menos largo plazo para la especie humana. En vista de nuestras capacidades, es posible que nuestra destrucción parcial o completa sobrevenga antes de otra manera. En cualquier caso el sufrimiento será enorme.Entre caminos con respecto a los cuales estamos seguros de que no llevan a nada o que llevan a algo peor, y un camino que da una oportunidad, si bien ínfima, de evolución favorable, ¿qué escogemos? Tomar en consideración esta posibilidad de evolución del ser humano sería un paso gigantesco que podría abrir vías hasta ahora impensables. Y sería la oportunidad de hacer realidad un potencial que quizás sea lo único específico en nosotros.Pero aun sin esperar que los humanos evolucionen hacia una aceptación de su equivocación, quizás podríamos por lo menos dirigirnos hacia una noción distinta del buen vivir que no vaya, como lo hace la sociedad en la que vivimos, en contra de nuestra posibilidad de supervivencia.En la actualidad, «vivir bien» en los países llamados desarrollados es el resultado de la satisfacción de un condicionamiento. Hay que TENER para satisfacer los deseos inculcados por la sociedad. Con frecuencia el comportamiento que se induce de esta manera produce consecuencias nefastas para el cuerpo y la mente; y hay que contrarrestarlas, con la condición, por supuesto, de tener para poder hacerlo. ¿Por qué no dejar de condicionar de este modo a los individuos y volver a una noción más real, menos artificial y menos dañina del buen vivir?Si desarrollamos nuestra sensibilidad con respecto a lo que pasa en nuestro propio cuerpo, correr sin cesar para satisfacer los deseos que nos han sido inculcados se vuelve mucho menos atractivo e incluso insoportable. Podríamos buscar crear las condiciones para que, en primer lugar, cada uno pueda vivir lo mejor posible en su cuerpo –¿será que esta propuesta también parecerá completamente chiflada?–. Para que nos entendamos bien, no hablo de olvidar el cuerpo mientras se encuentra en más o menos buen estado, como intentamos hacerlo la mayoría de las veces; ni de buscar realizar hazañas, físicas o espirituales, con el cuerpo. No, simplemente desarrollar nuestra capacidad de sentir cómo vivimos y liberar un poco más el cuerpo. Como el cuerpo y el espíritu están íntimamente ligados, la vida psíquica también se transformaría. En la actualidad, el cuerpo se transforma cada vez más en un objeto comercializable y es «normal» obligarlo a seguir un modo de vida que conduce a la aparición de enfermedades orgánicas y mentales, manifestaciones de una conducta nefasta impuesta desde el exterior. La sociedad podría educar al individuo para sensibilizarlo a lo que vive en su cuerpo en lugar de convencerlo de que debe olvidarlo y buscar la felicidad en otra parte, incluso si esto va en contra de su funcionamiento. Esto sería establecer el orden sobre la base de un provecho individual real; un cambio radical con respecto a la propuesta actual en la que se considera a la gran mayoría como autómatas económicos14para provecho de algunos, o como esclavos encadenados por un condicionamiento. Esto además equivaldría a acercarnos un poco a la perspectiva de una evolución hacia la aceptación de nuestra realidad.¿Servirá recordar que hasta hace poco tiempo vivir bien, para la mayoría, era tener con qué nutrirse correctamente y que este todavía es el caso de una gran parte de la humanidad? De manera paralela, la obesidad crece de manera galopante en los países ricos. Es lamentable y normal, el yo sirve para manejar la penuria, no la abundancia.Por supuesto, la enorme diferencia entre la velocidad de nuestra posible evolución y la velocidad de los procesos de destrucción no deja ninguna esperanza por el momento. Pero, ¿quién sabe si los sufrimientos por venir no producirán cambios favorables?Se puede soñar un poco, ¿no? También es de la doble equivocación, de creer en la realidad indudable del yo y, después, de tener la esperanza de corregir sus consecuencias, que proviene el aspecto incoherente de la enseñanza zen, en la cual se pueden encontrar proposiciones contradictorias en su forma. Como lo he dicho antes, es necesario llegar por sí mismo a descubrir la impotencia para salir de la ilusión; es únicamente cuando aceptamos esta impotencia que no nos queda otra solución que «no hacer nada». Así, hay dos fases en el proceso. La primera consiste en «hacer» en el mundo de la ilusión, puesto que es allí donde nos encontramos; entonces hay que seguir la enseñanza –atribuida a Buda en la tradición zen– llamada «incompleta», incompleta puesto que no permitirá más que llegar a discernir lo que no puede funcionar. Hay que disciplinarse, observarse, detener el cuerpo conscientemente en la postura de zazén para desarrollar su sensibilidad, apoyarse en su deseo de bienestar, de felicidad, de provecho, desarrollar su deseo de despertar, incluso cuando todo va bien, etc. Cuando llegamos a la necesidad de no seguir haciendo lo que sea, con el fin de escapar al círculo vicioso antes descrito (buscar el provecho de estar sin espíritu de provecho o tener la intención de ya no tener intención), la forma de la enseñanza también da un giro y se convierte en la enseñanza llamada «completa». A título de ilustración, primera fase: desarrollen su deseo de despertar; segunda fase: no tengan ya ningún deseo de despertar. Esto no es contradictorio, lo que conviene cambia con el estado del receptor. Las frases anteriores corresponden a estados diferentes en el proceso y son apropiadas para cada caso. Sobre todo, no sea pretencioso, como muchos, hasta el punto de intentar seguir la enseñanza completa sin haber llegado por usted mismo al fin de la enseñanza incompleta, esto sería un error fatal. Solo explico aquí estas nociones para evitar confusiones. Algunos utilizan este aspecto contradictorio de la enseñanza zen para decir cualquier cosa en cualquier momento, y dar así una impresión de profundidad ante quienes, ingenuamente, confían en ellos. Afirmo la lógica y la racionalidad de la propuesta de librarse del condicionamiento genético del yo, y por lo tanto también de la propuesta del Zen, puesto que esta es la que conozco mejor; pero no veo por qué no sería igual en otras tradiciones, pues el proceso es inevitablemente similar.Veamos esto.El ser humano, cuya genética lo lleva a identificarse con un yo, tiende naturalmente a liberarse del sufrimiento. Toda la primera fase, que consiste en seguir la enseñanza incompleta, se apoya en esta búsqueda. Es el proceso de descubrimiento de sí mismo lo que lleva a aspirar a no seguir encerrado en esta manera de vivir. En la mente es fácil ver que de manera permanente estamos atrapados en la evaluación y la búsqueda de un provecho, cualquiera que sea su naturaleza. En el cuerpo podemos percibir que no podemos evitar cerrarlo por tensiones que tienen su raíz en la parte baja de la columna vertebral. En los dos aspectos, el corporal y el mental, no hay otra solución que aspirar a «no ser más» para encontrar una salida, lo que pone en cuestión la realidad del yo y de su mundo. Esto no tiene nada de irracional, sino todo lo contrario, pues es el resultado de un mayor conocimiento y de una percepción más amplia de lo que se vive. En el cuerpo, es intentar dejarlo vivir sin crear las tensiones necesarias para dar existencia al yo. En efecto, el yo no puede existir sin estar separado del no-yo, lo que se materializa mediante una cerradura del cuerpo. En la mente, es más racional pensar que la actividad mental se genera por, digamos, la vida o «lo que es», que a la inversa. Así, no se trata más que de coincidir con lo que es antes de las producciones mentales, con lo que las soporta. Al fin de cuentas, es buscar vivir la realidad sin limitarla por el prejuicio del yo, sin esta producción mental que nos hace verlo todo a través del filtro de la búsqueda de provecho. La que sí es irracional es aquella actitud que consiste en aferrarse a la realidad innegable del yo, que se apoya únicamente en la evidencia percibida, la cual todos saben que no debe confundirse con la verdad.De este modo también se cuestiona la naturaleza de nuestra representación interna del mundo, a la cual atribuimos una realidad substancial que no tiene. Así, no se trata de negar o rechazar cualquier cosa, sino de poner cada cosa en su lugar, en particular a sí mismo. De alguna manera, se trata de ver la realidad de la ilusión del yo y de la representación del mundo construida en torno a aquel.Es frecuente encontrar personas que saben esto, que están convencidas y que no van más lejos. La justificación suele ser: no se puede vivir sin el yo. Entonces, esto equivale a decir que lo que llega a nosotros de las tradiciones y de algunos contemporáneos es un embuste, afirmación que me parece muy osada. En el aspecto corporal, esto equivale a decir que el cuerpo no puede existir sin ciertas tensiones; ¿cómo se podría justificar adecuadamente semejante afirmación? En fin, esto es seguir viviendo identificado con el yo, con su cuerpo y su mente; nada que ver con vivir desde la fuente. ¿Por qué no aceptar que el yo se defiende bien e intentar pasar más allá? Para terminar, quisiera insistir de manera sucinta en el hecho de que lo que percibimos no es como lo percibimos y que no se trata más que de una representación interna que nos permite manejar la relación entre el organismo y el exterior. En consecuencia, voy a mencionar algunos elementos científicos que pueden ayudarnos a dudar de lo que habitualmente llamamos la realidad. En efecto, son numerosos los que, a priori, rechazan las propuestas mal llamadas espirituales y se instalan en los prejuicios de sus conocimientos limitados y de la evidencia –de nuevo– de la realidad que perciben.Examinemos primero la fuente de nuestro conocimiento. Conocemos a través de nuestros sentidos, que evidentemente son muy limitados. Vemos en una banda de radiaciones electromagnéticas muy estrecha; por tanto, lo que vemos no puede ser más que un aspecto también muy limitado. Escuchamos en una banda estrecha de frecuencias sonoras. No percibimos más que ciertos olores, ciertas moléculas. Solo podemos tocar en un ámbito de temperatura muy restringido. En consecuencia, la realidad que percibimos no puede ser, en el mejor de los casos, otra cosa que una imagen, un aspecto muy limitado de lo que es.Pasemos a otras consideraciones. Nos parece que la materia es una cosa más bien segura y fija. La astrofísica nos lleva a considerar que, según nuestros conocimientos, para explicar los fenómenos observados hace falta más de un 90% de masa de materia desconocida. De manera que, verdaderamente, ¡no «vemos» gran cosa!El tiempo y el espacio nos parecen conceptos fiables. Esta fiabilidad es puesta completamente de cabeza por la teoría de la relatividad, cuyas consecuencias se han confirmado.En física teórica, las hipótesis atribuyen a, digamos, «lo que es», un número de dimensiones –que varía según la teoría– superior a las cuatro del universo que percibimos. ¿Qué hay de las otras dimensiones? (Diez o más en total).Por lo demás, nada de esto resulta molesto si admitimos que finalmente lo que conocemos no es más que información que nos permite prever los fenómenos y actuar. Pero en ese caso, no podemos pretender conocer la realidad sino solamente algunas de sus propiedades.El mundo que vemos tampoco es nada más que información para permitirnos actuar. Si nos ponemos delante de los ojos un prisma que invierta las imágenes en la retina, nuestro cerebro solo integrará este cambio si debemos actuar. En ese caso, al poco tiempo veremos sin inconveniente el mundo al revés de nuestra visión habitual.Finalmente, para cerrar esta parte, pongo de presente que los neurofisiólogos se han visto obligados –sin ningún lazo con cualquier tipo de espiritualidad– a decir que el yo no es otra cosa que un modelo para actuar, un modo de coherencia de la actividad cerebral, una suerte de ensayo de funcionamiento hecho por la evolución y que ha permitido a la especie humana la dominación total sobre el planeta Tierra, su nicho ecológico. Dicho de otra manera, el yo no es más que un modo de funcionamiento, una invención de la mente, y por lo tanto no es impensable que sea posible no producirlo. Entonces, para concluir esta introducción lo invito, lector interesado en la posibilidad de salir de la equivocación del yo, a poner todos los recursos de su lado. Y si aún no lo ha hecho, lo invito a descubrir, prestando atención a su cuerpo, que usted vive mal, que la fuente de este malestar no es solamente exterior y que, por lo tanto, sería bueno cambiar algunas cosas. Sea cual sea la razón de su interés, enraíce su aspiración de cambio en una vivencia corporal. Vuélvase íntimo con su cuerpo y su respiración, otro aspecto del proceso que no he evocado en esta introducción.Algunos no dejarán de objetar que las enseñanzas que nos han llegado no atribuyen tanta importancia a la postura del cuerpo. Me parece claro que inicialmente esas enseñanzas no estaban destinadas a lectores, sino que se acompañaban con la presencia física del «amigo de bien». Guiar mediante la corrección de la postura del cuerpo es algo que no se hace, o poco, con palabras, sino mediante gestos. Sin hacer un diagnóstico correcto es muy poco probable curar una enfermedad o corregir un error. El error original se manifiesta en el cuerpo mediante tensiones que no podemos suprimir. En general, pensar que uno vive un error15 no es suficiente para no seguir intentando atrapar con la conciencia del yo el despertar a la realidad. Sentir mil veces la cerradura del cuerpo y la limitación de la respiración hace mucho más ineludible la necesidad de dejar de patinar en sueños.Para esto es necesario estar resuelto a ser consecuente con lo que aparece, cueste lo que cueste en la ilusión del yo, hasta que se manifieste una trascendencia de la vida humana. Pocos demuestran esta exigencia; es muy difícil y desagradable descubrir las cosas execrables que la ilusión del yo genera en uno mismo, como la búsqueda de un provecho en todos nuestros actos, aun cuando a veces esté bien escondida; pero el cuerpo muestra con claridad de qué se trata. La práctica correcta de zazén es un revelador de lo que vivimos, cuerpo y espíritu. Se trata de un proceso dinámico, no se fije una meta conocida. Evite todo prejuicio, ábrase a lo que aparece. Es difícil, el yo se defiende muy bien; esta es su razón de ser. Pero esta actitud puede conducirlo más allá de lo que puede conocer o vivir con la conciencia del yo. Me parece que dar testimonio de esta posibilidad de evolución del ser humano es lo mejor que podemos hacer.