A menudo en el budismo se oye hablar, como cosas diferenciadas, de la "practica" y de la "realización", del "esfuerzo" y de la "meta" u objetivo de ese esfuerzo. Las opiniones ante estos dos aspectos a menudo despiertan incluso acaloradas discusiones entre los mismo budistas. ¿Qué es más importante en el camino de Santiago, andar el camino o entrar en la catedral de Santiago de Compostela?, las respuestas serán muy diferentes dependiendo de cual peregrino preguntemos... sobre todo si uno es, por ejemplo, del siglo XXI y el otro del siglo XIV.
Esta dicotomía entre práctica y realización, estuvo también en la base de la búsqueda espiritual durante su juventud de Eihei Dôgen, dicotomía que no resolvería hasta su viaje a China, donde tuvo como primer encuentro con un practicante chino del budismo, antes de bajar del barco que lo había llevado desde Japón, precisamente a un
tenzo, a un cocinero.
Ello me ha traído a la memoria las palabras de un monje theravada, del cual estamos leyendo algunos pasajes en otro hilo (
Ver aquí):
Cuanto más ágiles seamos en sujetar correctamente cuando sea el momento de sujetar, y dejar ir libremente cuando sea tiempo de dejar ir, más podremos vivir una relación confiada con cualquier cosa que suceda dentro y alrededor nuestro.
Para la mayor parte de nosotros este aprendizaje requiere tiempo. Apreciar el principio a nivel conceptual no significa vivirlo. Hemos de continuar esforzándonos. Este tipo de esfuerzo no convencional, único, no consiste ni en llegar a alguna parte y convertirse en algo, ni en apegarse a la visión de que no haya ningún lugar a donde ir ni nada que hacer. Si suena como una paradoja es por que, desde la perspectiva de buscar la seguridad aferrándose a una posición fija, es una paradoja. Desde la perspectiva del compromiso de servir a la realidad es una llamada a abandonar del todo nuestros viejos modos de esforzarnos. Dicho esto, no significa que la "rendición" sea fácil.
Ajahn Munindo
Estas palabras me han traído como un eco otra dichas por Kōshō Uchiyama Rōshi, un monje zen japonés, extraídas precisamente de un libro de comentarios suyos sobre el
Tenzo Kyokun de Dôgen. En ellas nos habla de la práctica y de la meta o, usando sus términos, de la dirección y del objetivo
Dirección y objetivo
[El budismo] es una religión muy profunda y difícil de entender. Es fácil entender la idea de que haya un dios con una determinada enseñanza que, de seguirla, te concederá el favor divino y te garantizará la subida a los cielos. O que, al contrario, de no seguir esa enseñanza sufrirás, serás infeliz y acabarás en el infierno. Tal enseñanza, que establece la desgracia y el infierno como lo malo y la felicidad y el cielo como lo bueno, coincide exactamente con los deseos personales egoístas de cada uno. Es de lo más natural que este tipo de “fe” resulte bastante clara. No obstante, como decía antes, la fe en el budismo es la capacidad de reconocer la felicidad y la infelicidad, cielo e infierno, todo, con el mismo ojo y de vivir la vida del propio sí mismo a pesar de las circunstancias que puedan aparecer. Este es un plano que no se ajusta demasiado bien a las expectativas de los deseos egoístas propios. Lo que estoy tratando de decir es contradictorio y también es algo que indudablemente es difícil de entender [...]
En el Shushō-gi [un compendio de una serie de dichos de Dôgen] encontramos los dos siguientes fragmentos: “Dado que todo es impermanente, no hay nada de lo que se pueda depender. Al igual que una gota de rocío sobre una hoja de hierba a lo largo del camino se desvanece rápidamente, quién sabe cuando terminará esta vida. Este cuerpo claramente no me pertenece. La vida, que cambia a cada instante, no se detiene ni por un momento.” El segundo fragmento, un poco más adelante, dice: “Definitivamente la ley de causa y efecto funciona, clara e imparcialmente, aparte de mi voluntad. Sin excepción uno que comete acciones malvadas cae, mientras que uno que realiza obras buenas prospera.”
Si las observamos de cerca estas dos afirmaciones son absolutamente contradictorias. La primera trata sobre la impermanencia. Todo cambia continuamente, lo cual significa que nada, ni la riqueza, ni la salud, ni los hijos pueden acumularse. Si tienes estas posesiones como objetivos tarde o temprano te sentirás decepcionado. La segunda afirmación presenta el mundo de causa y efecto: una buena causa arrojará un buen resultado y una mala causa traerá un mal resultado. El resultado de una acción afecta a la siguiente. ¿Cómo interpretaremos estas dos frases completamente contradictorias? [...] Cuando pones demasiado énfasis en la ley de causa y efecto, es muy probable que la impermanencia aparezca de golpe o que la ley de causa y efecto empiece a funcionar de forma extraña, de manera inesperada. [...]
En el budismo la filosofía de vida que solo entiende la vida en el mundo como impermanente y como inútiles nuestros intentos por acumular cosas es conocida como danken, mientras que la filosofía de vida que presume que las cosas deben de ser acumuladas y se basa meramente en establecer objetivos limitados a la riqueza, la buena salud o los niños se la conoce como jōken. Ambos puntos de vista, danken y jōken* [ver Nota], son comprensiones desde un único lado. Esta comprensión nos lleva a la exposición de la vía media.
La vía media no significa el punto medio. No significa algún tipo de aguado o de descafeinado compromiso entre ambos extremos, ni un eclecticismo superficial. Antes bien, la vía media significa aceptar la contradicción entre la impermanencia y la ley de causa y efecto en la propia vida. Aceptar esta contradicción significa sobrellevarla y superarla sin intentar resolverla. En su parte más íntima la vida es contradictoria y la flexibilidad para sobrellevar y asimilar tal contradicción sin ser abatidos ni intentar resolverla es nuestra fuerza de vida.
Expresarlo en términos concretos de nuestra vida cotidiana significa vivir sin proyectar objetivos, aun manteniendo una dirección. Puesto que todo es impermanente, no hay forma de saber lo que nos puede suceder en el próximo instante, ¡incluso podríamos morir! Establecer un propósito u objetivo es un pasaporte a la desilusión, al ver como las cosas van en dirección contraria a esos objetivos. Sin embargo si, dado que no tenemos expectativas u objetivos de futuro, decidimos que no hay una dirección para nuestro presente, estaremos ciertamente en apuros. El Tenzo Kyōkun nos enseña que debemos prepararnos para la mañana siguiente durante la noche anterior: «A continuación, todos los oficiales se reúnen en la cocina o en la despensa y deciden qué comida debe prepararse para el día siguiente, por ejemplo el tipo de gachas de arroz, las verduras o el aliño. En el Chanyuan Qinggui [una regla monástica zen] se dice: “Cuando deciden sobre la cantidad de alimentos y de guarnición para el desayuno y la comida del mediodía, el tenzo debería consultar con los demás oficiales… Cuando se hayan elegido las comidas, el menú debería publicarse en el tablón de anuncios frente a la habitación del abad así como frente al salón de estudio. Cuando se haya hecho esto, deben comenzarse los preparativos para la comida de la mañana siguiente”».
En este fragmento aparentemente cotidiano encontramos una enseñanza extremadamente vital. En este mundo de impermanencia, no tenemos ni idea de lo que podría ocurrir durante la noche: podría ocurrir un terremoto o un incendio desastroso, podría estallar una guerra o quizás irrumpir una revolución o incluso podríamos encontrarnos con la muerte. No obstante, se nos dice que preparemos las gachas para la mañana siguiente y organicemos la comida. Más aún, esta será nuestra tarea [nuestra práctica-realización] nocturna. Al preparar la comida para el día siguiente como tarea de esta noche no hay un objetivo establecido para el día siguiente. Sin embargo nuestra dirección para este instante es clara: preparar las gachas para mañana. Aquí es donde nuestro despertar a la impermanencia de todas las cosas se pone de manifiesto mientras que al mismo tiempo nuestra actividad manifiesta nuestro reconocimiento de la ley de causa y efecto. En este asunto rutinario de preparar las gachas del día siguiente como trabajo vespertino yace la clave de la actitud necesaria para lidiar con esta total contradicción entre la impermanencia y la ley de causa y efecto.
Demasiado a menudo conducimos nuestras vidas guiados por algún objetivo futuro, sin pensar en nuestra dirección actual o sin tener en cuenta la dirección de nuestras vidas como un todo. Cuando dejamos de establecer metas y sueños en el futuro y rechazamos ser arrastrados por ellos, entonces nuestro trabajo aclara nuestras vidas, que es la dirección del presente, y es así como descubriremos una práctica viva y dinámica. En el nexo de esta contradicción comenzaremos a entender la función del tenzo.
[Nota * En general, en el budismo,
danken, 断見, designa el punto de vista nihilista; el punto de vista de que el mundo perecerá completamente y que la existencia de un hombre termina con la muerte y no habrá ni recompensa ni retribución por sus actos realizados, es uno de los dos puntos de vista erróneos dentro del budismo; mientras que
joken 常見 es el otro punto de vista erróneo, indica el eternalismo, y también, en su uso corriente en japonés, es estar apegado a las cosas, a su constante disfrute. Uchiyama aquí hace un uso ampliado de ambos conceptos, extendiéndolos a la vida de cualquier persona corriente.]
Normalmente se asocia la "meta" en el budismo con el disfrute de la total libertad, y es correcto. Pero siendo esa meta solo posible en el único tiempo posible en el budismo, que es el ahora, el punto de vista de Dôgen y de aquellos que siguen su estela, es que sería mejor conjugarlo, en vez de como un sustantivo (una "cosa"), como un verbo (una "acción"), liberar (o liberarse); es solo ahora, en este momento, cuando es posible alcanzar la libertad liberándonos (de aquello que nos ata, que no limita en nuestro pequeño yo egocéntrico), momento tras momento.