Antes de entrar con el “pensar en el no pensar”, quería detenerme un poco en algunos aspectos prácticos de la práctica de zazen, del sentarse en zazen en tanto que práctica corporal.
¿Por qué sentarse, en vez de hacer cualquier otra cosa?
El Buddha habla de cuatro posturas posibles: estar de pié, andar, sentarse y tumbarse. Entre estas cuatro, la mejor para estar despierto e inmóvil durante largos periodos de tiempo es la de estar sentado, como confirman todas las tradiciones budistas, es decir los millones de personas que a lo largo de siglos se han esforzado en seguir la enseñanza del Buddha llevándola a la práctica en su vida. Estar de pié e inmóvil es una postura que es difícil mantener durante periodos largos de tiempo; andar es una posición normalmente asociada a la actividad, los estímulos recibidos desde el exterior tienden a atraparnos y a distraernos, es cierto que, tanto en la tradición Theravada como en la Mahayana existe la meditación andando, pero esta suele estar acotada en el espacio (por ejemplo, en las tradiciones del bosque, suele ser un corto recorrido entre dos árboles, yendo y viniendo) o girando entorno a un espacio definido (como cuando se hace kinhin en la tradición zen), con objeto de reducir la avalancha de estímulos, además de ser en ambos casos un andar pausado y lento (lentísimo en el caso del kinhin practicado en la tradición caodong/soto, bastante más rápido en la tradición rinzai) y aun así, lo se por propia experiencia, es bastante fácil distraerse mientras se está caminando; mientras que en la postura acostada, si es mantenida durante mucho tiempo, es prácticamente imposible no acabar durmiéndose. Las dos primeras exigen demasiada tensión y activación de los músculos, mientras que la otra es demasiado “relajada”. En cambio la posición sentada proporciona el punto medio entre una actividad anti-gravitacional (de pie o andando) y una posición pro-gravitacional (tumbado), entre la actividad y la pasividad, por lo menos hasta que empiecen a existir practicantes que vivan fuera de la tierra, en el espacio sin gravedad (no lo digo como una broma, sino como una posibilidad real, que obligará a repensar algunas de estas cosas, pero por el momento no crea que sea el caso de ninguno de nosotros).
Sentados e inmóviles, sin otra cosa que hacer que estar sentados, es como podemos, por tanto, realizar con más facilidad el trabajo interior de estar presentes ante nosotros mismos, de vernos sin distracciones o, mejor dicho, de ver nuestras distracciones, de captar instante tras instante como nuestras preferencias y aversiones nos arrastran fuera de aquello que somos en este instante.
Esta posición, conocida como pad
masana en sánscrito,
pallanka en pali, o
kekkafuza en japonés, no la inventó el Buddha, sino que se la encontró, la aprendió de otros, siendo considerada como la postura más correcta y estable para la meditación entre los ascetas con los que pasó sus primeros años de búsqueda, era ya utilizada en la India desde mucho antes de que naciese Buddha. Fue sentado, bajo el árbol de la bodhi, como el Buddha alcanzó el despertar, como realizó la comprensión del surgimiento codependiente de todo aquello que existe, dándole una nueva orientación a aquella práctica que había encontrado y un impulso universal que ha llegado hasta nosotros.
De los distintos componentes de esta postura, a mi modo de ver, más que la posición cruzada de la piernas -difícil, cuando no imposible, para muchos occidentales, debido a haber perdido el hábito de sentarnos en el suelo desde pequeños, lo cual empieza a suceder también en Asia-, lo más importante es la posición de la espalda, que ha de estar enderezada, lo cual favorece una actitud consciente y atenta. En este sentido hay que prestar cuidado a que, a pesar de tener la espalda enderezada, esta no ha de estar ni tensa ni complentamente relajada, sino tónia, es decir, no ha de existir más tensión que aquella necesaria para mantener la espalda enderezada, por tanto los hombros tendrán que estar relajados, al igual que los brazos, mientras que habrá que evitar también inclinarse hacia los lados o hacia delante o detrás, lo cual introduciría tensiones suplementarias que al cabo del tiempo se harían notar.
No me extenderé más con la postura, tan solo añadiré que, existan muchas descripciones de la postura, es importante entender que no se trata de “imitar” una postura pre-establecida, tal y como la hayamos aprendido de algún instructor o leído en alguna parte, sino que la posición del cuerpo hay que comprenderla desde dentro, desde la vivencia fisiológica del propio cuerpo. La postura ha de tender a ser perfecta, pero perfecta para una fisiología determinada, la nuestra concreta, no en relación a un modelo exterior.
Practicando largo tiempo podremos entender la funcionalidad corporal del sentarse en zazen, que no es solo una cuestión fisiológica, sino también psicológica (aunque esta distinción es en cierta medida artificial), pues será desde el propio cuerpo desde donde podremos detectar, si nuestra mente no lo ha hecho antes, que nos hemos perdido siguiendo el capricho de nuestros pensamientos, o bien que nos estamos durmiendo, alejándonos de nuestro zazen; ello se reflejará en nuestra postura, que se caerá, encorvándose, o se tensará, provocando sobre-esfuerzos inútiles. Esto son cosas que solo una práctica cotidiana y extensa en el tiempo permitirá ir descubriendo, afinando nuestra sensibilidad respecto al cuando nos apartamos de zazen y reforzando nuestro impulso a volver a él sin demora. En el Bendowa, un texto de Dōgen, parte del cual es presentado como preguntas y respuestas, escribe:
Pregunta VI
«En la tradición de la enseñanza de Śākyamuni, entre las acciones comunes como caminar, estar de pie, sentarse, estar tumbados, ¿por qué se dice que gracias a zazen es posible encontrar el sí mismo verdadero? En suma, ¿por qué hacer zazen?»
Respuesta
«No es posible entender, por mucho que se intente hacerlo comprensible con palabras, la forma de proceder de aquellos que desde la antigüedad recibieron y trasmitieron correctamente la enseñanza de Śākyamuni. Por lo cual, ante la pregunta: “¿Por qué sentarse?”, no existe otra forma de responder que así debe de hacerse, dado que la enseñanza de Śākyamuni es hacer zazen. En suma, si no se hace zazen no se lo puede comprender y, sin hacer zazen, no tiene sentido preguntar el porqué de hacerlo.
Aquellos que han recibido y a su vez trasmitido la enseñanza de Śākyamuni, han elogiado zazen porque es la mejor y la más confortable entre las posiciones que el hombre puede asumir: es decir entre caminar, estar de pie, sentarse, estar tumbado.»
Atención, no se trata de que la postura sentada contenga algo “mágico” en sí misma, (aunque en extremo-oriente algunas veces se haya llegado a pensarse así, convirtiendo kekkafuza, en jap., (posición del loto) en objeto de veneración, creando de esa manera un “ídolo”). Tampoco se trata de que el trabajo se acabe allí, no estamos, ni podemos estar siempre sentados, la vida está hecha de muchos más componentes, sino que se trata de que es allí donde más fácilmente podemos encontrar una referencia clara desde la cual después poder orientar el resto de nuestra vida.
Lo que propone Dogen es eliminar la dualidad entre medios y fines, entre práctica y resultado, entre antes, ahora y después, entre cuerpo y espíritu y para esto, de entrada, propone adoptar el mismo camino del Buddha: sentarnos, con la espalda enderezada en la quietud y en silencio.