Añado otro fragmento del libro Delle onde e del mare, del padre Luciano Mazzochi, donde su "sosias" literario habla sobre zazen, sobre el zazen de un cristiano. En realidad no es que el libro, en su conjunto esté dedicado a zazen, sino, más bien, a los interrogantes que a un sacerdote católico, alejado del fundamentalismo dogmático, le suscita su labor misionera entre un pueblo de cultura y religiosidad muy distinta a la suya.
No es que yo "comulgue" con todo aquello que dice el p. Luciano Mazzochi, poniéndolo el boca de su sosías. De hecho p. Luciano (como también su protagonista), permanecerán cristianos, del Budismo Zen toman zazen y algunas perlas más de sabiduría; su zazen, en cierta medida, apunta a "perfeccionar" su cristianismo, a darle una nueva base y un "metodo" para acceder a esa base. Sin embargo no deja de sorprenderme como, en mu buena medida, su concepción del zazen (en la medida que zazen puede "decirse" en palabras) vuela mucho más alto y mejor que la de muchos budistas zen.
El silencio inmóvil de zazen fue un experiencia nueva para el padre marco. En el bagaje de sus prácticas cristianas no existía ninguna igual. Tanto la meditación que había aprendido en el seminario, como la oración personal o la litúrgica, como la celebración de la Eucaristía y de os sacramentos, todas estas prácticas de la Iglesia se basan en el silencio ya roto de la revelación o de la tradición. El bautizado no se coloca nunca antes o más allá de aquello que él ya sabe, o que ya sabe la Iglesia por él. De esta manera, padre marco no había callado nunca hasta la profundidad de percibirse a sí mismo al nivel de no saber todavía, Por lo cual, a veces, le acosaba la duda de si no estaría delimitando la verdad a su horizonte: por tanto una verdad de uso privado. Se preguntaba: “Tú, si hubieses nacido y sido educado en una familia japonesa de tradición budista o sintoísta, ¿habrías escuchado a un misionero cristiano venido de Occidente que te dice que su religión es la verdadera y que la tuya está equivocada? ¿Te habrías hecho cristiano?”.
Eran, incluso estas preguntas que desorientan porque no tienen respuesta, un recurso para distraer su mente del fastidio de losrazonamientos y despertar dentro de sí ese silencio que el zazen inculca. «La disposición del pensamiento se pone sobre el fondo del no pensamiento. ¿Cómo se pone la disposición del pensamiento sobre el fondo del no pensamiento? No pensándolo. Este es el núcleo distintivo de zazen». Así dio testimonio Eihei Dōgen. Padre marco percibía cada vez más que aquello que faltaba a su camino cristiano era precisamente este fondo del no pensamiento. […]
Sentándose en zazen, dejando que el propio pensamiento se ponga sobre el fondo del no pensamiento, padre Marco percibía que el bagaje de su fe cristiana se apoyaba precisamente sobre aquel silencio. De hecho la fe cristiana, como toda auténtica fe, comienza diciendo: «¡Sí, creo!». Lo dice gratuitamente, libremente, saltando en el vacío, más allá de los razonamientos. ¿Quizá no es Dios misterio? ?Es, el misterio, un defecto del conocimiento? ¿O acaso no es más bien la profundidad del ser que se extiende más allá de la experiencia cognoscitiva? Profundidad que, más bien, se hace cada vez más profunda poco a poco que se conoce. El misterio dice la perfección del ser. ¿Acaso no es algo perfecto que el pájaro vuele dentro del cielo, a placer, sin nunca poder ir más allá del cielo?
¿Puede un grano de sal conocer el mar? ¡Sí, si en el se disuelve! Así también el mar, disolviendo el grano de sal, conoce la sal.[…]
El padre Marco se sentaba en silencio cada mañana y cada tarde, en la forma simple y fecunda del zazen. Comenzaba y terminaba la jornada en la actitud del árbol que impertérrito recibe la brisa y la tempestad que el cielo le manda. Situándose sobre el cojín, en silencio, infaliblemente hacían eco en las orejas del alma las palabras de obispo, descendiente de los Kakure Kirishitan:«Solo quién está conciliado con la vida puede convertirse,: de hecho se convierte a aquello que ya se cree, se cree aquello que ya se espera, se espera aquello que ya se ama». Sentarse en zazen era para el sumergirse en ese ya. Ese ya, se repetía, es Dios.
La diferencia con el Budismo zen, tal vez sea que a ese
ya al que nos abre el silencio, a ese presente que se hace presente, no le ponemos nombre, no lo convertimos en un Tu (pues el Dios cristiano, es de entrada "persona", un Otro), sino que dejamos que el misterio permanezca en el más allá de lo decible, en lo inefable, sin sustantivarlo.
