Aprovechando el aniversario de su muerte hace 743 años y de que estoy leyendo su obra, os comparto la no poco agitada e interesante vida de Nichiren. La biografía está sacada del volumen uno (y único de momento) de sus obras traducidos al español por la SGI.
Nichiren nació el día 16 del segundo mes del año 1222 en la aldea de Kataumi en la costa oriental de la antigua provincia de Awa. Sus padres vivían de la pesca. En Carta desde Sado, dice de sí mismo que su nacimiento fue «pobre y humilde, en el seno de una familia chandala». En unos tiempos en que muchos miembros del alto clero budista pertenecían a la nobleza, Nichiren gustará siempre de recordar su humilde cuna.
A los doce años fue enviado a estudiar al templo Seicho-ji, adscrito a la escuela Tendai, donde sin duda aprendió a leer y escribir el chino. Precisamente la belleza caligráfica distinguirá la escritura de Nichiren toda la vida. El principal objeto de veneración de ese templo era una estatua del bodhisattva Arca Sideral. Nichiren habría de confesar más tarde que fue entonces cuando oró ante ella pidiéndole que lo «hiciera el más sabio de Japón», y que Arca Sideral, respondiendo a su plegaria, le habría de otorgar la «gran joya» de la sabiduría.
A los dieciséis años —la mayoría de edad en la época— fue ordenado sacerdote por su maestro Dozen-bo, al que guardará un profundo afecto y gratitud toda la vida, adoptando el nombre religioso de Zesho-bo. Años después, partió a Kamakura, la capital del gobierno militar, donde estudió sobre las diferentes escuelas budistas, entre ellas la de mayor popularidad en la época, la de la Tierra Pura, y la del Zen. Posteriormente cambió Kamakura por el oeste de Japón, donde estaba la capital del imperio. Allí, en la sede de la escuela Tendai —el monte Hiei— se aplicó intensamente al estudio de sutras y comentarios budistas. Después estudió en el monte Koya, la sede de la escuela Palabra Verdadera, y en otros centros budistas próximos a Kioto y a Nara. No sabemos con exactitud el tiempo que el joven sacerdote de provincia pasó en cada uno de esos lugares; pero sí sabemos que no encontró en ellos ningún maestro adecuado. No halló el maestro que Shinran tuvo en Honen, o que Dogen tuvo en Ju-ching. En lugar de un encuentro persona-persona, su encuentro fue con la letra de las escrituras sagradas del budismo. La duda más grande que le acometía al joven sacerdote Zesho-bo debía de ser la siguiente: «¿Por qué el budismo, si tiene su origen en la vida y la enseñanza de un hombre, se encuentra tan dividido en escuelas y grupos?». Una tarde, mientras estudiaba el Sutra del nirvana, sus ojos se quedaron fijos en esta frase: Seguid la Ley y no a las personas. Es decir, no pongas tu fe en las opiniones humanas por plausibles que te parezcan, sino en los sutras predicados por el Buda. El problema, a diferencia del enfrentado, trescientos años después en Europa, por Martín Lutero que disponía de una Biblia en la cual depositar la autoridad suprema, era que los budistas tenían docenas de sutras, a menudo contradictorios entre sí. ¿A cuál de todos ellos había que dar crédito? Zesho-bo se dedicó a la búsqueda de una enseñanza que constituyera el espíritu esencial de todos los sutras y se encontró con la concepción de T’ien-t’ai que resaltaba el sutra Saddharma Pundarika (Myoho-renge-kyo, «Sutra del loto») como la enseñanza del vehículo único más importante de todas las que fueron predicadas por el Buda a lo largo de su vida. Este sutra, pletórico de bellas imágenes literarias y célebres parábolas religiosas, usaba la metáfora de la flor del loto, un símbolo tan vital en el budismo como la cruz para los cristianos, para representar la pureza y la verdad que se elevan por encima de la suciedad y la maldad, al igual que esa flor está por encima de aguas estancadas y sucias. En sus aspectos más amplios, simboliza el universo, uno e infinito, que florece en innumerables reinos de budas. Pues bien, en ese texto sagrado, por razones de su preeminencia cronológica, por razones de contenido doctrinal y por la propia inspiración, Zesho-bo descubrió la esencia de la enseñanza de toda la vida del Buda o, en las palabras del futuro Nichiren, el principio de todas las cosas, la verdad de la eternidad y la importancia secreta del estado original de Buda y de la virtud de su iluminación. De ahí, el hermoso nombre de «Sutra del loto de la Ley prodigiosa», en japonés Myoho-renge-kyo, como había sido traducido del sánscrito por Kumarajiva. Este título del sutra sería la fórmula devocional, el daimoku, de sus seguidores. Tal había sido la conclusión de diez años de estudio intenso: la enseñanza verdadera del budismo se encontraba única y exclusivamente en el Sutra del loto. Convencido firmemente de que esta escritura representaba el corazón de la iluminación del buda Shakyamuni y de que los demás sutras eran medios accesorios, volvió a su tierra natal con el inquebrantable propósito de consagrar su vida a divulgar la verdad recién descubierta. Para ese entonces, el joven sacerdote ya había recitado Nam-myoho-renge-kyo, la maravillosa frase que él consideraba como la llave capaz de abrir el arca de los tesoros escondidos en el corazón de cualquier ser humano.
El lugar elegido para publicar este descubrimiento no podía ser otro que el monte Kiyosumi donde se asentaba el templo en el cual se había formado, Seicho-ji. Sus compañeros y maestros estaban felices de volver a verlo, ansiosos de tener noticias de la capital, en la cual muchos jamás habían estado, deseosos de conocer el resultado de los diligentes estudios de Zesho-bo. A mediodía del día 28 del cuarto mes del 1253, el joven sacerdote de treinta y dos años de edad entonó la fórmula Nam-myoho-renge-kyo ante su maestro y otros sacerdotes. Declaró que el Sutra del loto era superior a todas las otras escrituras budistas y que en la fórmula que acababa de entonar estaba la esencia de dicho sutra, la única fórmula capaz de conducir al ser humano a la iluminación. Entre el público asistente pocos entendieron su primer sermón. Su inesperada declaración más bien provocó la ira del administrador de la comarca, Tojo Kagenobu, seguidor fanático de la escuela Tierra Pura, el cual emprendió medidas en perjuicio de Nichiren («Loto del Sol»), como ya Zesho-bo había empezado a llamarse por entonces. Con ayuda de dos condiscípulos, Nichiren pudo escapar y marcharse a Kamakura.
En la capital del sogunato se dedicó a convertir a la gente, incluso a debatir con los sacerdotes de la escuela Tierra Pura. Atacó abiertamente a esta escuela y a la escuela Zen por denigrar el Sutra del loto, con lo cual se atrajo la hostilidad no sólo de los dignatarios religiosos, sino también de los políticos que apoyaban esas doctrinas. Fue en estos primeros años de propagación cuando convirtió a discípulos como Shijo Kingo, Toki Jonin e Ikegami Munenaka, a los cuales, especialmente a los dos primeros, dirige muchas de las cartas presentadas en este volumen.
En torno a 1256, una serie de desastres naturales va a sacudir el país: tormentas, inundaciones, sequías, terremotos y epidemias. Además, fenómenos astronómicos, como eclipses y cometas, añadieron zozobra en la atribulada población. A todo eso se sumaron severas hambrunas. Nichiren creyó oportuno explicar tales sucesos como consecuencias de que el país no seguía la «Ley correcta» del Sutra del loto. Efectivamente, estaba convencido de que le había llegado la hora de explicar el motivo fundamental de esas catástrofes. Consultó el canon budista para reunir pruebas irrefutables de dicha causa y escribió un trabajo bajo el título de Sobre el establecimiento de la enseñanza correcta para asegurar la paz en la tierra que, el mes séptimo de 1260, dirigió a Hojo Tokiyori(1227-1263), antiguo regente del sogunato y el hombre más poderoso de Japón a pesar de vivir retirado en un templo zen.
En este escrito Nichiren atribuye las recientes calamidades a los actos contra el Sutra del loto y al hecho de que el país sigue las enseñanzas equivocadas de la escuela Tierra Pura. Aporta pruebas documentales basadas en las escrituras budistas y predice que faltan solamente dos desastres —la invasión extranjera y el desorden interno—, de una lista de siete, que sin falta sobrevendrán si las autoridades no hacen nada para enmendar la situación.
Ni Tokiyori ni las autoridades se dignaron contestar esta primera advertencia de Nichiren. Sin embargo, cuando su contenido fue conocido por los seguidores de la escuela Tierra Pura, se organizó una banda enfurecida que irrumpió donde vivía Nichiren, dispuesta a acabar con su vida. Este incidente es conocido como «La persecución de Matsubagayatsu». Nichiren logró escapar a duras penas con un puñado de discípulos, pero su sentido de misión no le permitió mantenerse mucho tiempo alejado de Kamakura. En menos de un año, en efecto, estaba de vuelta en la ciudad para reanudar su predicación.
Los sacerdotes de la Tierra Pura, lejos de darse por vencidos, ejercieron presión ante las autoridades para que, sin investigación ni juicio, detuvieran a Nichiren y lo desterraran a la desolada costa de la península de Izu. Fue en el quinto mes del año 1261. En El exilio a Izu, describe cómo, en medio de las penalidades del destierro en una tierra extraña poblada de seguidores de la escuela Tierra Pura, tuvo el consuelo de disfrutar del favor de un pescador lugareño, Funamori Yasaburo, y de su esposa. Dos años después, el gobierno decretó un indulto y Nichiren pudo volver a Kamakura.
En otoño de 1264 visitó su lugar natal, la primera visita en diez años. Su padre había fallecido, pero su madre seguía viva aunque gravemente enferma. Las oraciones de Nichiren fueron eficaces, pues la madre recobró la salud. Por desgracia, sin embargo, la noticia de su regreso llegó a oídos de Tojo Kagenobu, el administrador de la comarca que ya una vez había intentado detenerlo. Tojo y sus secuaces atacaron a Nichiren y a un grupo de seguidores cuando estos se dirigían a visitar a un partidario llamado Kudo. Este suceso fue conocido como «La persecución de Komatsubara». Nichiren logró escapar, pero no sin sufrir heridas en la mano izquierda y en la cabeza.
Tras pasar varios años en provincias cercanas, Nichiren volvió a Kamakura. En 1268, los mongoles enviaron una misiva a las autoridades japonesas exigiendo el vasallaje de Japón. El gobierno ordenó que se reforzaran las defensas en las costas de Kyushu. En todos los templos y santuarios se rezó por la salvación del país. Nichiren, convencido de la inminencia de la invasión extranjera que él había predicho, escribió cartas a once dignatarios del gobierno y del clero de Kamakura, advirtiendo del peligro y recomendando que siguieran sus enseñanzas. Cuando los mongoles insistieron en sus exigencias, Nichiren presentó una copia del Risho ankoku ron al gobierno, pero tampoco esta segunda advertencia mereció respuesta.
En la primavera y el verano del año 1271, la pertinaz sequía que asolaba el país amenazaba con provocar una grave carestía de alimentos. El sogunato pidió a Ryokan (1217-1303), un eminente sacerdote de la escuela Palabra Verdadera y Preceptos, que rezara pidiendo lluvias. Nichiren aprovechó la ocasión para desafiarlo: si Ryokan no conseguía hacer llover, tendría que abrazar el Sutra del loto. Ryokan aceptó el reto y, ayudado por un elevado número de sacerdotes oficiantes, celebró ceremonias y pronunció rezos; pero las lluvias no llegaron. Ryokan no sólo se negó a aceptar las enseñanzas de Nichiren, sino que se convirtió en su implacable enemigo y empezó a maquinar contra él.
Mientras, Nichiren seguía fustigando sin cesar las enseñanzas de las escuelas Tierra Pura y Zen. En el verano de 1271 fue llamado a responder las acusaciones de que él y sus seguidores condenaban todas las formas de budismo, excepto la propia, y que estaban acumulando clandestinamente armas. Aun así, Nichiren no dejó de mencionar los errores de las otras escuelas budistas ni de repetir su predicción de que el país estaba abocado a la ruina si seguía ignorando sus advertencias. A pesar de ser inocente de toda culpa, fue detenido decidiéndose su destierro a la remota e inhóspita isla de Sado.
Cuando la escolta armada que llevaba al prisionero se puso en marcha y llegó a Tatsunokuchi, un lugar de la costa próximo a Kamakura. Nichiren se dio cuenta de que iba a ser decapitado. También sus fieles pensaban que su fin estaba cerca, pero en el último momento la súbita aparición de un objeto luminoso en el cielo de la noche atemorizó a sus guardianes que desistieron de llevar a cabo el siniestro propósito. En sus cartas, sin embargo, Nichiren se referirá a este incidente como si la decapitación hubiera tenido lugar, pues la crisis resultante le hizo adoptar, en cierto sentido, una identidad totalmente nueva.
En otras dos de sus obras, narra su penoso viaje a Sado y las adversidades del destierro. Nichiren, acompañado de guardias armados, fue embarcado para cruzar el mar de Japón, rumbo a la isla de Sado, su lugar de destierro. Lo acompañaban Nikko y otros discípulos. Ellos fueron confinados en una ruinosa cabaña donde se abandonaban los cadáveres de indigentes y malhechores. En la gélida isla de Sado, en la costa noroeste de Japón, frente al litoral siberiano, padeció el frío, el hambre y la desnudez. Penalidades, sin embargo, no suficientes para mermar su indomable energía, ya que de la estancia en Sado datan algunas de sus obras principales como La apertura de los ojos y El objeto de devoción para observar la vida, especie de último testamento legado a sus seguidores.
En el segundo mes del año 1272 estalló un conflicto en el seno de la familia gobernante, los Hojo, dándose así cumplimiento a otra de las profecías de Nichiren. Mientras, pudo mitigar las penalidades del destierro trasladándose a una residencia menos incómoda, realizar conversiones entre los lugareños de la isla y proseguir con la redacción de obras doctrinales y epistolares. Por fin, al cabo de casi dos años y medio de exilio, le llegó el indulto y pudo volver a Kamakura.
Las autoridades esta vez, enfrentadas a la persistente amenaza mongola y en el fondo tal vez turbadas por el acierto de las predicciones de Nichiren, decidieron recibirlo en audiencia. Entonces les predijo que el ataque mongol sería una realidad antes de un año y añadió que el gobierno no debía confiar en los rezos de los sacerdotes de la escuela Palabra Verdadera para atajar el peligro mongol, ya que eso sólo serviría para agravar la situación.
Según una vieja máxima china, un sabio debe retirarse si sus advertencias son desoídas por tercera vez. Nichiren la siguió, pues, tras esta tercera amonestación, resolvió abandonar Kamakura y vivir recluido el resto de su vida. En efecto, el quinto mes del año 1274 se estableció al pie del monte Minobu, provincia de Kai, un emplazamiento elegido por uno de sus discípulos que mantenía relaciones amistosas con el señor feudal de la comarca. No obstante la dificultad del acceso, recibía visitas de numerosos seguidores que le traían ropa y alimentos. Allí encontró, en esta postrera fase de su vida, la paz necesaria para dedicarse a instruir a discípulos, a disertar sobre el Sutra del loto y, sobre todo, a escribir (casi la mitad de sus obras datan de esos años en Minobu).
No habían pasado cinco meses de vivir en Minobu cuando, a finales de 1274, desembarcó el ejército mongol en las costas del norte de Kyushu, hecho al que Nichiren se refiere en una de sus cartas lamentando amargamente que no se le hubiera hecho caso.
Estos últimos años discurrieron apacibles para Nichiren, pero no así para sus seguidores que fueron frecuentemente hostigados por sus creencias. Especialmente grave fue la Persecución de Atsuhara, en 1279, cuando las autoridades detuvieron y sometieron a tortura a veinte discípulos de Nichiren; tres fueron decapitados.
Por entonces, su salud, quebrantada por muchos años de persecuciones y penalidades, inició un rápido deterioro. Presintiendo la proximidad de su fallecimiento, Nichiren dejó Minobu el día 8 del mes noveno de 1282 y se encaminó a Hitachi. Pero la muerte lo sorprendió a medio camino. Fue en Ikegami, la actual Tokio, la mañana del día 13 del mes décimo de dicho año.